Es difícil decidir cual de las islas Galápagos es la más bonita, cada una tiene su encanto personal que la diferencia de las demás y no son por eso comparables. Pero sin duda Genovesa es una isla de ensueño, sobre todo la parte arenosa con manglares.
Genovesa tiene forma de herradura, en su momento fue un gigantesco volcán, una de sus paredes se hundió y dio lugar a la bahía de Darwin rodeada de acantilados. Se le llama también la isla de los pájaros por la inmensa variedad y canti
dad de aves, algunas exclusivas de la isla. Si existe el paraíso del ornitólogo es Genovesa.
Nuestra primera visita a Genovesa comenzó a primera hora de la mañana después de desayunar, como casi siempre primero nos adentraríamos en la isla para ver la fauna y flora de la misma, y por la tarde iríamos a su maravillosa playa. Hasta el momento creo que no he visto una playa igual en mi vida, pero bueno más tarde hablaré ello.
La visita a esta isla iba a ser una de las de mayor recorrido, ese día la temperatura oscilaba entre los 30 a 35 grados y no se movía el aire. La hija y su madre Austriaca de 75 años se quedaron en el barco, pues se les había acumulado el cansancio.
Nos embarcamos en las dos zodiac y bordeamos 2 Km. de acantilados de esta isla hasta llegar a las escaleras del Principe Felipe escaleras de roca cavadas en el mismo acantilado. En esos dos kilómetros de recorrido Miguel, Pablo y Hugo pudieron disfrutar de diversos espectáculos. Primero la gran cantidad e leones marinos y piqueros que había en las rocas de los acantilados, y luego de un par de inmensas tortugas marina
s que nadaban cerca de nuestra zodiac.
Una vez desembarcados empezamos nuestro recorrido por el famoso Barranco de Genovesa, que es un recorrido por rocas de lava, atravesando un bosque de palo santo y con gran cantidad de nidos de piqueros. Pudimos ver gran cantidad de piqueros de patas rojas y alguno de patas azules. También vimos rabijuncos, palomas, petreles y pinzones de Darwin, fragatas con su característico buche rojo e inflado de los machos, piqueros enmascarados de patas negras plumaje blanco con algo de negro y ojos amarrillos
, albatros, gaviotas de lava, golondrinas de la galápagos…
Nuestros peques disfrutaron bastante de la visita sobre todo con un pequeña variedad de pinzón que se acercaba hasta las manos de los niños y bebía del tapón de agua que estos le ofrecían. A Hugo, como siempre hubo que contenerle para que no persiguiera a todos los “bichos” que veía, aunque en este caso apenas se inmutaban.
En el camino de vuelta Hugo se durmió, así que Marga y yo nos lo turnamos para llevarle.
Cuando llegamos al barco nos esperaba la tripulación con la mesa puesta. La vida en el barco era agradable y la gente aprovechaba los momentos tranquilos para tomar el sol en cubierta, o leer en el salón. Miguel Pablo y Hugo, se pasaban el rato subiendo de la cubierta de abajo a la de arriba, y explorando los cielos en busca de fragatas o gaviotas que de vez en cuando nos acompañaban con su vuelo. Pablo hizo muy buenas migas con el barman del barco y se pasaba buenos ratos
con el.
PLAYA DE GENOVESA
Por la tarde desembarcamos en la preciosa y pequeña playa de Genovesa, en su bahía había fondeados tres barcos como el nuestro.
La playa no se parece en nada a las otras playas de las demás islas, para empezar se trata de una playa de arena blanquísima formada de desechos de coral blanco, entre la arena se pueden ver una especie de piedras pulidas que van del tamaño de un puño al de un balón de playa. Estas piedras no eran tales, sino que eran corales pulidos por el oleaje, y si se observaban bien se podía apreciarr pequeños agujeros que las perforaban. Por otra parte la playa estaba colonizada por una familia de leones marinos echándose una siesta sin fin. A la izquierda de la playa un entrante de agua a modo de río llegaba hasta 200 metros tier
ra adentro. Los manglares crecían verdes y protectores sobre este r
amal. En la otra orilla de este brazo de mar se situaba un rompeolas natural de tres metros de altura de roca pura que transformaba este entrante en algo increíble y especial.
El ramal era un mini hábitat lleno de peces de colores, leones marinos, nidos de fragatas y de piqueros.
Miguel, Pablo y Hugo no paraban de asombrarse durante el recorrido que discurría por un sendero paralelo al entrante de mar.
Cuando termino este precioso recorrido volvimos a la playa y aprovechamos para bañarnos, Hugo se lo pasó en grande jugando con los leones marinos en la misma arena.
Cuando llegó la hora de irse en las embarcaciones pequeñas hacia el “fragata”, le pregunte al guía si era posible quedarme buceando en la isla un poco más. Al principio la tripulación dudó, pero tras decirles que no hacía falta que me vinieran a recoger accedieron. Total el “fragata” no zarparía hasta dentro de dos horas y me esperaría fondeado a 300 metros de la playa.
Cuando se fueron no había nadie en la isla, y me dispuse a vivir uno de esos momentos mágicos que pocas veces se presentan en
la vida. Bueno eso creo.
Solo en Genovesa, en una isla de las islas Galápagos con dos horas por delante.
Primero estuve buceando por los fondos cercanos a la playa. Más tarde me dediqué a recorrer los 200 metros de entrante de mar (de unos 3 a 4 metros de ancho) pero esta vez por el mismo canal y sin dejar de mirar por mis gafas.
Este ramal tenía el agua más caliente de lo normal, por tener una profundidad al principio de 70 centímetros. Tenía una claridad purísima y según te adentrabas hacia el interior iba teniendo mayor profundidad, incluso había alguna grieta de 7 metros de profundidad llenas de peces minúsculos y súper coloridos. De vez en cuando me sentaba en alguna roca a contemplar los diferentes nidos de piqueros situados a los lados del entran
te.
Estos momentos los disfruté especialmente. Me regodeaba en esos momentos. Yo, mis aletas, mi neopreno mi
s sensaciones, volar entre grietas de peces…
Hice algunas fotos con la cámara acuática y me dispuse a desandar lentamente el camino. Cuando llegue de nuevo a la playa la marea había subido y en el espacio de arena donde estaban los pequeños leones marinos solo había agua. Quedaba una zona a la derecha más despejada. Pero allí solo había un imponente ejemplar de león marino, negro de unos 300 Kg, echando fuera de su territorio a otro más pequeño. Otras veces había visto en otras islas estos ejemplares, quizá un poco más pequeños, pero como siempre íbamos en grupo y siempre había más leones pequeños todo quedaba diluido en la cotidiana v
isita de humanos a leones.
Pero al volver del ramal tenía que atravesar esa playa para echarme al mar y me entraron ciertas dudas. Aquel enorme animal cuando me vio ya a 70 metros de distancia me am
ago con arrancarse corriendo hasta a mi, y aunque el amago se quedó en una carrera de 5 metros, me dio por pensar que si esto me lo hacía a 70 metros, más cerca podía ser peor. Pensé que quizás esta era la hora donde él se quedaba solo en la playa y no quería invitados. Con cierta congoja decidí utilizar mi táctica contra los perros. Mi experiencia de maratoniano trota campos, parques, cercas y demás espacios abiertos susceptibles de encontrar un pe
rro con mala uva me tendría que valer para este bicharraco. Cuando me encontraba con un perro o varios abandonados en medio de un paraje solitario con intención de dirigirse hacia a mi ladrando y a la carrera, tenía dos mecanismos para la salvación, el más convencional era agacharse a por una piedra, solo este gesto solía valer y los perros se daban media vuelta, ya conocían el mensaje. La otra solución si no funcionaba la primera, era la de hacerse el trastornado que nunca fallaba. Cuando un perro aguantaba ladrando y manteniéndote el tipo después de haber cogido una piedra, mal asunto. Así que tocaba seguir tu camino como si nada, ignorando al perro, pero de vez en cuando hacer unos movimientos espasmódicos con saltos, giros y retrocesos imprevistos y enérgicos con unos cuantos chillidos hilarantes. Esto solía desconcertar al
perro, que retrocedía ante tal declaración de intenciones, supongo que pensaría que nunca antes había visto cosa igual y tan tremebunda.
Bueno, pues esta segunda opción era la que iba a utilizar, ya que lo de coger una piedra podría incluso volverse en mi contra, primero porque el animal no conociera el mensaje y
segundo porque si lo interpretara mal y terminara atacándome cuando solo pretendía amenazar sería peor. Así que después de mis anteriores momentos de éxtasis en el ramal del entrante de mar, llegan mis momentos
de bajeza teniendo que declarar a mis queridos blogueros que descendí a los más bajo, al tener que atravesar aquella playa montando el numerito. Miré al animal de reojo cundo pase a su lado y pareció indultarme. Una vez en el agua pude disfrutar del mar de nuevo y me fui tranquilamente al “fragata”.
Allí quedaron unos recuerdos imborrables, donde por dos horas fui el rey de la isla, ¿o no?